Existe un lugar tan crudo e intacto. Un lugar donde el viento y el mar determinan el curso de la vida. Donde las olas roen implacablemente la costa poco a poco. Un lugar rodeado de naufragios, marineros ahogados y más historias místicas de las que nadie pueda recordar. 

Un punto en el mapa, abrazado por agua salada, sirenas, focas y, seguro, langostas emperador. Donde el viento corre por el desierto y, si escuchas con atención, puedes oírlo contar antiguas historias de hombres lobo, brujas, enanos y bandas de ladrones.

Una isla tan aislada que la contaminación atmosférica no existe y las cantidades de bayas, plantas y raíces comestibles son únicas. Hay un lugar donde crecen miles de arbustos de enebro. Donde la lluvia es filtrada por la arena del desierto para convertirse quizá en el agua potable más pura y suave del mundo.

Anholt: pequeña y tímida, pero también áspera y magnífica. Una isla donde la naturaleza es la protagonista, donde la calma y la reflexión van de la mano con el rugido del mar embravecido, y donde un hombre prefiere decir poco a decir demasiado. 

Hemos vertido todo esto en una botella con mucho amor. Como homenaje a Anholt y a los que viven.

Menos mierda y más ginebra.